Monday, August 20, 2007

ENSAYO
De viajes y lugares: la construcción del espacio a través de la crónica y la narrativa.
Sofía López Fuertes

Introducción.

El presente ensayo desarrolla de manera superficial la conjunción de dos elementos generales a considerar: las narraciones y la creación de imaginarios.

Lo anterior surge a través de la relación que existe entre la creación de un imaginario relativo al “mundo salvaje”, y las crónicas y narraciones que apoyaron esta idea durante los siglos XVII – XIX.

Esto se relaciona íntimamente con mi tema de investigación en el que asevero una fuerte relación causal entre el conjunto de obras literarias que estudiaré, y la creación de un imaginario en torno al mundo indígena y rural de Chiapas, aunque el objeto de atención sea distinto.

En este caso, por lo tanto, me concentraré en la creación de imaginarios relativos al “espacio” y a lo que en torno a él sucede, y las crónicas específicas de los primeros viajeros de América. Para lo anterior, revisaré la propuesta de William M. Denevan (1992) sobre el “mito primitivo” de América de 1942 y su construcción a través de las crónicas del siglo XVII, y lo contrapondré con algunas crónicas de viaje que se realizaron a Palenque (Poblett, 1999) en esos siglos que en algunos momentos reafirman la postura del autor.

Las transformaciones del espacio: Palenque en construcción.

El espacio en sí, el lugar ocupado por quienes fueron “descubiertos” en el siglo xvii, la “América salvaje”, es objeto de disputa entre la realidad y la creación: ¿Cómo era ese místico lugar antes de la llegada de los europeos a América? Muchos han sido los que se lo han cuestionado, y muchas han sido las respuestas a ello, predominando en ellas, las que afirman que la verdadera transformación del territorio fue causada por los mismos europeos, creando y alimentando con ello el “mito primitivo” del que habla Denevan. Sin embargo, el mismo autor trata de dar cuenta de que el aprovechamiento o uso que el hombre ha ejercido sobre el medio natural es una práctica que tiene más tiempo del que normalmente se piensa. De este modo, rompiendo con el mito de la América virgen y salvaje que se comparaba con el bíblico Paraíso Terrenal, se hace evidente que la mano del hombre ha estado presente en la transformación permanente del ambiente natural: caminos, ciudades, erosión, quemas, asentamientos, etc., son sólo algunas de las características comunes que se encontraban en las grandes ciudades y sus territorios que encontraron los europeos al llegar a América. Con más de 800 millones de habitantes (Denevan, 1992), se podría decir que las poblaciones funcionaban con la infraestructura y elementos que ahora son característicos de la vida moderna (caminos, instalaciones, etc.).

Es así que las modificaciones que ha sufrido el medio ambiente y su constante “reconstrucción” no son terribles consecuencias de un sistema que se ha “impuesto” desde el descubrimiento de América, sino el resultado de miles de años de paulatina transformación.

Así pues, ¿de donde viene esa romántica imagen, no sólo del “indio salvaje”, sino de la América “salvaje” “paradisíaca”? Resulta entonces que es una mera construcción imaginaria de aquellos que después de la destrucción, siglos después, comenzaron a explorar y entonces “encontrar” aquel paisaje en el que reconstruyeron una larga historia que tenía ya siglos de transformación, siendo así que “el paisaje de 1750 —cuando las exploraciones tuvieron mayor auge— era más “primitivo” (menos humanizado) que el de 1942” (Denevan, 1992: 2).

De allí surge la importancia del viaje y el desplazamiento, en su encuentro con un “otro”, con la alteridad, como la base empírica para la construcción y el surgimiento de la antropología, teniendo como medio, en este caso, las narraciones de los viajeros. Tal es el caso que se presenta en Narraciones chiapanecas, en donde, comprobando la aseveración de Esteban Krotz, quien afirma que los viajes del siglo xviii “no solamente destacan en la historia de la exploración europea, sino que tuvieron, además un significado especial para alimentar la imaginación, la fantasía y, finalmente también, los conocimientos de sus contemporáneos” (Krotz, 1988: 22), se hace patente el surgimiento de la fascinación, o el “asombro” del que el mismo autor habla, que generó en los arqueólogos y viajeros el descubrimiento de Palenque, un sitio que daba mucho para hablar, y que provocó también la imaginación y fantasía que giraron en torno al lugar por mucho tiempo.

La travesía constante al sitio se realizó desde el siglo xvii al xix, cuando concluyeron las exploraciones oficiales del sitio que venían realizándose desde finales del siglo anterior y “se inaugura una etapa de viajeros aficionados a la arqueología, románticos y algunas veces fantasiosos” (Poblett, 1999: 13).

Estos aficionados dejaron las huellas de sus viajes plasmadas en las narraciones que no sólo cumplieron con la finalidad de comunicar e informar a sus contemporáneos, sino de sembrar en sus lectores la semilla de la curiosidad que provocaba en ellos la misma fantasía, el mismo viaje al mismo lugar, siendo así que resulte que “en todo caso, el viaje y la narrativa son gemelos porque ambos suponen un desplazamiento, es decir, un abandono de la plaza, o sea, un adiós al lugar común, para adentrarnos en los territorios del riesgo, la aventura, el descubrimiento.” (Fuentes, 1989: 11)

Las descripciones que de Palenque hicieron los viajeros, contribuyeron a la creación de una imagen que se generaliza en las concepciones de las poblaciones prehispánicas. A continuación presento algunos extractos de estas narraciones que permitieron a los lectores fantasear con este “místico” lugar:

El Palenque, pueblo situado a unas ocho jornadas desiguales de este, por unos caminos, si se pueden llamar así unas veredas estrechas, escabrosas, culebreando por montes y precipicios, a veces en mula, a pie, en silla de brazos y en hamaca; y verse obligado en ciertos parajes a pasar sobre unos puentes o, por mejor decir, sobre unas ramas de árboles mal puestas, o mal niveladas, y por unas tierras aunque frondosas, desiertas y despobladas; y tener que dormir a todo viento, exceptuando unos pocos pueblos y ranchos. (Dupaix en Poblett, 1999: 48)

Mide dos leguas largas de extensión. Parece que edificaron esta ciudad a las faldas altas de la entrada de una serranía ardua, para que en los acaecimientos improvistos encontrar una segura retreta; a más de lo útil, supieron aprovechar de lo vistoso que franquea o proporciona esta eminencia, hermoseada por la frondosidad de unos vegetales corpulentos. El agua, este elemento universalmente útil y motor principal de la propagación de los seres, circula aquí con un murmullo agradable, al oído y a la vista, un líquido homogéneo y cristalino, entre unas estrechas cañadas, adornadas de flores montesas, sencillas y olorosas; semejantes sitios favorecidos por la naturaleza, no pueden ser privados de vivientes, y así se verifica por el gran número de animales, cuadrúpedos y volátiles, mayores y menores, que se complacen en reproducir su especie, es estas pacíficas soledades.” (Ibíd., 49)

Una de las descripciones más recurrentes cita así: “A la belleza natural de su agradable situación se añade la fertilidad del suelo bajo, de un clima benigno que les ofrecería, sin duda, en abundancia, casi todos los artículos precisos para satisfacer las necesidades de una vida cómoda y tranquila; puesto que las frutas silvestres que se encuentran en bastante copia (...) manifiestan en el día cuánta sería su delicadeza y multiplicación a beneficio de cultivo” y concluye: “fuera de que los ríos abundan de mojarras, bobos y aún tortugas; como los arroyos de cangrejos y caracol, cuyas circunstancias y la trabajosa fábrica de sus casas construidas con enormes piedras, sin el uso del hierro ni otros metales que les fueron desconocidos, persuaden, suficientemente, que habían disfrutado de una vida quieta, una felicidad más sólida que la que nos presenta en el día, el lujo reconcentrado en las más cultas y grandes poblaciones” (Del Río en Poblett, 1999: 34)

Estas descripciones generaron en otros viajeros la expectativa del lugar, del descubrimiento: “Otros extranjeros habían estado allí, maravillados como nosotros. (...) Sus relatos sobre ellas me habían provocado un gran deseo de visitarlas mucho antes de que se presentara la oportunidad de hacerlo” (Stephens en Poblett, 1999: 114-115)

Sin embargo, tanto las narraciones descritas arriba, como el resto de ellas que aparecen en las crónicas de viaje a Palenque, no dejan de dar la impresión de cierta estaticidad histórica en el lugar, pareciendo que la vegetación y la asombrosa naturaleza que a sus ojos se presentan estuvieron siempre allí. Esto nos hace volver a la propuesta de Denevan dando pie con ello a la reflexión en torno a las transformaciones territoriales que en su momento se dieron, como consecuencia del aprovechamiento y manejo que de los recursos existentes en ese momento debían hacerse. Con referencia a lo anterior, además de las descripciones de los grandes palacios y edificios que se descubrieron en Palenque, hay pocas referencias del manejo intencionado de algunos recursos, relacionándolo, incluso, con la influencia de otras culturas europeas y descartando con ello el sentido o la intención propia o explícita de los habitantes de la gran ciudad:

Por la elección de establecerse en iguales sitios, y por un acueducto de piedra subterráneo de mucha solidez y permanencia que atraviesa por debajo de la casa grande, se pudiera inferir que estas gentes tuvieron alguna analogía y trato con los romanos (...) porque se deja conjeturar con fundamentos, que algunos de otra nación culta se asomaron por estos países. (Del Río en Poblett, 1999: 34)

Estas aseveraciones nos remiten a la propuesta que por su parte expone David Cleary (2001) con respecto al “paisaje” del Amazonas, lugar que resulta altamente exótico por su diversidad natural, y que actualmente resulta también del manejo que por siglos se ha hecho de sus recursos, siendo así, que la gran diversidad, y el exótico paisaje que hoy presenta es resultado de cientos y cientos de años y de miles de manos que por su territorio han cruzado, es decir, actualmente, el Amazonas más que ser un lugar “salvajemente natural” es un paisaje “humanamente construido”. Cabría entonces preguntarnos si aquel mundo salvaje y atractivo que describen los viajeros de Palenque no es también el resultado de estas intervenciones humanas que tuvieron lugar mucho antes de la llegada de quienes posteriormente lo descubrieron y con asombro describieron.

Este último aspecto me conduce a la formulación del cuestionamiento sobre la descripción y la narración, en este caso objetivada por las crónicas, como medio de construcción de un imaginario relativo a un espacio, una situación, una realidad por otro representada, lo que me introduce en la revisión de elementos que se relacionan de manera muy directa con mi objeto de análisis propuesto para la investigación a realizar, en donde confluyen también estos dos elementos: la narración y la creación de imaginarios, a partir de la representación.

La construcción en mi objeto de estudio

Esta forma de construir un lugar, una realidad, una imagen, se relaciona íntimamente con mi objeto de estudio de investigación, en donde planteo que la narrativa —en mi caso particular la del Ciclo de Chiapas—, del mismo modo que la crónica arriba planteada, ayuda a la creación, a la construcción de una imagen que se ha ido adentrando en el imaginario social con respecto a una realidad dada: la del mundo indígena y rural de Chiapas.

Es decir, la crónica en tanto narrativa resulta ser un medio para la expresión de un determinado modo de entender, comprender y significar el mundo. La descripción se convierte en construcción de una representación.

Las obras narrativas con las que trabajaré a lo largo de la investigación ayudan a la construcción de imágenes, espacios, categorías y personajes que se valen de una detallada descripción. Por sólo mencionar un ejemplo a continuación transcribo un párrafo de Oficio de tinieblas de la escritora Rosario Castellanos que continúa con la construcción imaginaria de un espacio:

La mirada de San Juan Fiador se detuvo en el valle que nombran de Chamula. Se complació en la suavidad de las colinas que vienen desde lejos (y vienen como jadeando en sus resquebrajaduras), a desembocar aquí. Se complació en la vecindad del cielo, en la niebla madrugadora. Y fue entonces cuando en el ánimo de San Juan se movió el deseo de ser reverenciado en este sitio. Y para que no hubiera de faltar con qué construir su iglesia y para que su iglesia fuera blanca, San Juan transformó en piedras a todas las ovejas blancas de los rebaños que pacían en aquel paraje. (Castellanos, 1962: 9)

Más adelante describe: El lugar que las deidades de los antepasados escogieron para manifestarse está después de una distancia larga. Pero no importa. Camina tú delante, venteador. En la vereda angosta te seguiremos. Detente aquí, a respirar, porque la cuesta es áspera y no termina pronto. Defiéndete del aguacero al cobijo de aquellos árboles copudos, en aquella enramada bajo la que se guarecen las ovejas. ¡Cuidado! No vayas a resbalar en el lodo ni a tropezar con la piedra. (...) Si antes conociste la gruta en que aparecieron los dioses ahora ya no acertarías a reconocerla. Mira: donde no había más que monte y maleza hay caminos, caminos frecuentemente andados. Y el interior, una vez oscuro y húmedo, ahora está limpio, regado y oloroso de juncia. (Castellanos, 1962: 209-210)

Las descripciones de los lugares que se presentan tanto en estas obras, como en las crónicas antes mencionadas, son resultado de las representaciones[1] que quienes las observan se crean de estos lugares, esto no sin reconocer la parte de veracidad que hay en ellas, pero reconociendo también que son las formas de percibir tanto el “mágico” mundo de Palenque y la “América primitiva”, como el también “mágico” mundo indígena de Chiapas.

Conclusión.

Los siglos xviii y xix con sus peculiares características sociales y políticas, fueron espacio de creación de una amplísima gama de literatura relacionada con el viaje, y con aquellos “imaginarios” que comenzaban a crearse del “otro”: “en librerías, bibliotecas y hogares crecía la presencia de una amplia gama de creaciones literarias que mezclaban realidad y ficción” (Krotz, 1988: 34), dejando así, una amplio acervo de literatura que cumplió, en cierta medida, la misma función de la antropología: la de conocer y explicar al “otro”. Esta tradición no ha terminado, y de la crónica descriptiva, hemos transitado a la narrativa literaria para construir esos espacios y ese “otro”.

Concluyo con una nota final de Carlos Fuentes que encierra bien las preocupaciones que quedan al aire, y que en cierta medida retoman tanto la disciplina antropológica como la literaria:

El viaje y la literatura —y yo añadiría la antropología— son, sin duda, todo esto, pero al cabo son sólo una voz que nos dice: El mundo es tuyo, pero el mundo es ajeno. ¿Cómo lo explotarás, cómo lo harás tuyo? ¿Cómo viajarás por el mundo sin perder tu propia alma, sino, más bien, encontrándote a ti mismo al encuentro con el mundo, dándote cuenta de que careces de identidad sin el mundo pero que, acaso, el mundo carezca de identidad sin ti? (Fuentes, 1989: 11)

Bibliografía

Castellanos, Rosario (1962) Oficio de tinieblas, Ed. Planeta, México

Cleary, D. (2001) Towards an environmental history of the Amazon. LARR Vol. 36, No.2: 65-96.

Denevan,W. (1992) The pristine myth: The landscape of the Americas in 1492. Annals of the Association of American Geographers, Vol. 82: 369

Fuentes, Carlos (1989) “Prólogo” a Fernando Benítez, Los indios de México. Antología, Era, México.

Krotz, Esteban, (1988), “Viajeros y antropólogos: aspectos históricos y epistemológicos de la producción de conocimientos”

Poblett, Martha (1999), Narraciones chiapanecas. Viajeros extranjeros en Palenque. Siglos XVIII – XIX, Libros de Chiapas, México

[1] En mi protocolo de investigación defino representación como “el estudio no de los objetos en el mundo sino de las observaciones de los objetos”, es decir a la forma en la que un mundo o el “Otro” son imaginados, creados o significados por quien lo observa, describe y representa —valga la repetición—. (Marco teórico)

Thursday, July 05, 2007

5 JULIO

El tema del agua va en creciente importancia en las agendas nacionales, internacionales, e incluso en las experiencias y discusiones sociales e individuales, de tal modo que el problema ha pasado las fronteras de lo individual y alcanzado el nivel político, llegando a considerarse “el petróleo del siglo”, entendiéndolo como el objeto de disputa entre los hombres y las naciones.
Es así, que los autores revisados afirman que lo que se comienza a conocer como “hidropolítica” es una disciplina reciente, surgida de la importancia de los asuntos relacionados al agua, que han salido a relucir en los últimos tiempos por diversas razones, entre las que están la propia escasez del recurso, y la generación de situaciones peculiares al ser el agua un recurso compartido por dos o más naciones.
Este campo recientemente explorado, ha sido a su vez ampliamente abordado desde diferentes perspectivas que permiten su análisis, no únicamente como recurso natural, sino como objeto de disputa y atención política y social:
1. el conflicto: en donde se encuentra el estado y sus relaciones sociales y políticas como unidad de análisis una vez que el recurso es compartido por dos o más naciones, es decir, cuando el problema se convierte en un asunto de interés de la política nacional y exterior en pos de la defensa de la soberanía nacional; 2. el Medio ambiente, en donde se considera el agua un componente del medio ambiente, con una variedad de conflictos inherentes en donde nuevos actores son identificados en estos temas; 3. seguridad, una vez que entra en crisis en el sector del agua por lo que se politiza y se busca la “seguridad” en manejo del agua; y finalmente 4. Sociedad y cultura, el cual afirman es en el sentido más abstracto y menos empírico, en lo cual no concuerdo pues el aspecto cultural y social tiene implicaciones realmente objetivas y tangibles en el campo del recurso.
Sin embargo, el concepto de “hidropolítica” no ha sido claramente definido, y va desde “el análisis sistemático de conflictos y cooperación interestatales (y actores) referente a los recursos hídricos internacionales”. (Elhance), hasta “investigación sistemática de la interacción entre estados, actores no gubernamentales y otros, como individuos dentro o fuera del Estado relativo a el uso de las aguas internacionales.” La amplitud y a la vez poca claridad e inclusión de estos conceptos, llevó a Turton a recupera algunos conceptos referentes a las “políticas”, entendidas como la “asignación autoritaria de los valores de una sociedad” y transferirlo a la “hidropolítica” para entenderla como la “asignación autoritaria de los valores en torno al agua”.
Esta definición, aunada a las categorías de escala y rango de temas que son posibles en las discusiones sobre el agua, me remite a mi experiencia “política” con respecto a mi abastecimiento de agua y nuestra relación con el ejido que nos “renta” un manantial. Esto se ha convertido en un problema que no alcanza evidentemente el nivel nacional, ni estatal, ni siquiera municipal, pero que se relaciona directamente con los valores en torno al agua, en tanto ésta, sin ser propiedad de nadie, se ha convertido en un objeto de poder y disputa entre quienes se lo han apropiado y manejado y quienes, por la misa escasez buscan (o buscamos, en este caso) abastecernos de ella.
¿Qué sucede con el agua? Me parece que éste es un ejemplo muy claro de lo que la disputa por un recurso natural que se objetivaza y se “politiza” puede alcanzar a a distintos niveles de la vida social.

Thursday, June 21, 2007

Sesión 8.
Sistemas agroalimentarios locales.

Me parece que desde diferentes experiencias, los dos textos apuntan a la necesidad y el consenso de la participación comunitaria para el buen logro de los proyectos productivos comunitarios.
Desde estas experiencias es interesante retomar la propuesta que las autoras de Recuperar lo nuestro (2006) a su vez retoman para diferenciar los tipos de participación que dentro de un proyecto específico puede tener la comunidad involucrada: la participación pasiva, la consulta y la participación interactiva. Es importante dado que las experiencias revisadas en las sesiones anteriores, en específico me refiero a la de Nueva Delhi, demuestran un tipo de participación que puede ser disfrazada de muchas formas, pero que se limita a ser “pasiva” o del tipo de “consulta”, ya que se les informa del proyecto y se les intenta persuadir argumentando beneficios y la apropiación de la comunidad sobre el mismo, pero al final, el diseño y la implementación corre por parte de los grupos que algún interés particular tiene sobre el proyecto.
Las dos experiencias revisadas en esta ocasión presentan un caso distinto en el que la participación comunitaria, de manera activa, es no sólo importante, sino que resulta ser la esencia misma del proyecto: sin ella no sólo no funciona, sino que no tiene posibilidades de existir.
Esta relación mutua y recíproca, posiciona a los productores (en el caso del trigo) y/o a los habitantes de las comunidades interesadas (en los dos casos) en una posición de igualdad frente a los fines que se han propuesto y que entonces sí, rebasan a los económicos, ya que se genera una relación o lazo de cooperación y solidaridad que se vuelve, una vez más, fundamental para el logro propuesto: “a través de la participación los integrantes de un grupo social toman parte de un asunto o situación que les interesa mutuamente (...) Para lograr la participación en el trabajo con las comunidades es necesario entablar relaciones de respeto, pero también lazos de confianza y afecto mutuos” (Cano, 2006: 22, 23); “se persigue que la sustentabilidad económica y ambiental surjan al amparo de acuerdos sociales que refuercen la cohesión de los territorios” (González, 2006: 11).
De aquí surge la diferencia y particularidad de la producción, el mercado y los proyectos alternativos, en tanto establecen relaciones sociales que rebasan a los meros intereses del mercado convencional y consideran los intereses locales como parte constitutiva del proyecto mismo, como parte del “rompecabezas” del que habla Ingreet, y en este sentido, el esfuerzo de la promoción de la producción de trigo orgánico en comunidades campesinas de Chiapas, que no hubiera sido posible sin el consentimiento común, así como los esfuerzos de la canasta orgánica, y de la red de productores, distribuidores y consumidores que desde hace algún tiempo de ha venido fortaleciendo, resulta un claro ejemplo de los resultados que la participación consensuada puede alcanzar, sin la necesidad de excluir necesariamente, agentes o fuentes que “moralmente” resultan incómodas, tal como lo muestra el caso específico de la Restauración Ecológica en Colombia, en donde se involucraron actores públicos que de igual modo se sumaron al esfuerzo de armar este complejo rompecabezas social.

Thursday, June 07, 2007

Creo que los dos textos revisados tratan de dar cuenta de que el aprovechamiento o uso que el hombre ha ejercido sobre el medio natural es una práctica que tiene más tiempo del que normalmente se piensa. De este modo, rompiendo con el mito de la América virgen y salvaje que se comparaba con el bíblico Paraíso Terrenal (en particular justamente la zona del Amazonas), se hace evidente que la mano del hombre ha estado presente en la transformación permanente del ambiente natural: caminos, ciudades, erosión, quemas, asentamientos, etc., son sólo algunas de las características comunes que se encontraban en las grandes ciudades y sus territorios que encontraron los españoles al llegar a América. Con más de 800 millones de habitantes (Denevan, 1992), se podría decir que las poblaciones funcionaban con la infraestructura y elementos que ahora son característicos de la vida moderna (caminos, instalaciones, etc.).

Es así que las modificaciones que ha vivido el medio ambiente y su constante “reconstrucción” no son terribles consecuencias de un sistema que se ha “impuesto” desde el descubrimiento de América, sino el resultado de miles de años de paulatina transformación.

Tal es el caso específico del Amazonas (Cleary, 2001) en donde desde la prehistoria ha habido una fuerte influencia del hombre en lo que el autor reconoce como el “paisaje” de la zona.

Es así, que en cinco etapas que el mismo autor reconoce, y que van desde: 1. la temprana ocupación humana; 2. la despoblación causada por los europeos; 3. la reforestación natural o reapropiación de la misma naturaleza; 4. la expansión de la economía colonial basada el la extracción de recursos primarios; y 5. la fase de cambio ambiental y fuerte explotación del caucho., se puede entender la transformación del espacio “silvestre” a lo provocado por el hombre bajo el concepto de “paisaje” que permite entender la interacción entre ecosistemas y el ser humano desde la era del pleistoceno.

Así pues, ¿de donde viene esa romántica imagen, no sólo del “indio salvaje”, sino de la América “salvaje” “paradisíaca”? Resulta entonces que es una mera construcción imaginaria de aquellos que después de la destrucción, siglos después, comenzaron a explorar y entonces “encontrar” aquel paisaje en el que reconstruyeron una larga historia que tenía ya siglos de transformación.

Me parece que la ruptura de estos mitos permite entender la historia, y sobre todo los espacios donde se construyó esta historia de otra forma. ¿Cómo construimos y hemos construido nuestro propio mundo? Resulta entonces que no únicamente hemos contribuido en su destrucción, sino en su misma construcción y reconstrucción . Así, podría ser entonces que esto que estamos viviendo como el preludio de una irremediable catástrofe, sea el comienzo de una nueva transformación…



Denevan,W. (1992) The pristine myth: The landscape of the Americas in 1492. Annals of the Association of American Geographers, Vol. 82: 369

Cleary, D. (2001) Towards an environmental history of the Amazon. LARR Vol. 36, No.2: 65-96.

Thursday, May 24, 2007

Que comeremos... ahora???
La famosa consigna socialista que rezaba “el hombre por el hombre” refiriéndose a la explotación del hombre en beneficio del hombre mismo, será transformada a “la vida por el hombre” el día que se admita la ilimitada explotación de los recursos de la vida en beneficio del hombre, y yendo un poco mas lejos, en beneficio del comercio que beneficia a unos pocos hombres.
Que comeremos mañana? Es el titulo de una película que habla sobre la agricultura transgenica y su inclusión en el mercado, o mejor dicho, su dominio por el mercado.
Bird Flu es el titulo de un libro que advierte el peligro de las enfermedades virus generados y transmitidos de los animales de consumo humano a los hombres, a causa, principalmente, de la explotación de los mismos animales para consumo humano, y, una vez mas, el dominio del comercio y el mercado sobre los alimentos.
Y mas que preguntarnos sobre el mañana, deberíamos comenzar por preguntarnos que estamos comiendo hoy, que es lo que día a día consumimos y que es lo que día a día nos esta consumiendo.
A reserva del tinte “terrorista” del los capítulos revisados del libro, es necesario admitir que su contenido no solo resulta interesante, sino necesario para entender el proceso que la mano del hombre ha causado en su propia destrucción y en la efervescencia de esta nueva “era de enfermedades humanas” que, aunque tiene escasos 30 años ha causado ya miles y millones de muertes y enfermedades en distintos grados. Y por qué ahora? Podríamos preguntarnos, y la simple respuesta es “porque hemos cambiado la forma de vida de los animales”, la hemos (o la han) ajustado a lo que se considera son las necesidades del hombre y generado las condiciones propicias para el crecimiento y desarrollo de estas enfermedades, o para, como dice el mismo autor, “la venganza de los murciélagos”, los árboles (que ya no existen) y los animales que buscan sobrevivir a las condiciones equiparables con las de la Edad Media de hacinamiento, llegando entonces, a la destrucción. Y todo para qué? Pues para el mejoramiento del comercio, el mercado y la corta e indeseable vida de unos cuantos.
Así, solo me queda decir que la situación que el comercio desmedido y desmoralizado esta causando rebasa los limites de una simple mentada de madre, y se esta convirtiendo en un holocausto en potencia. A quien culpar entonces? A los productores? Los consumidores? Los organismos internacionales de comercio y libre mercado? O simplemente al sinismo, la desidia y desinformación que le está ganando terreno a la vida misma…

Thursday, May 10, 2007

CATEGORIAS PARA DEFINIR EL MUNDO: EL TIEMPO Y EL ESPACIO


El tiempo y el espacio son, como bien dicen los autores, desde categorías básicas que conocer en la primera educación, hasta elementos de discusión teórica en los círculos académicos. Y sin tener un claro consenso sobre su significado y definición, hay un acuerdo implícito en los individuos las sociedades y sus disciplinas de estudio, de que estos dos elementos están en nuestra vida, y no sólo eso, sino que son la base de su significación histórica y social en diversos ámbitos.

Las acepciones van, desde las más categóricas, como las de Braudel que presenta Wallerstein, hasta las más abstractas (más no irreales), como las de Castells. Pero de igual modo, hay un cierto consenso en que tanto el tiempo como el espacio, implican la acción social. Wallerstein retoma a Braudel en donde argumenta que el “tiempo fue una creación social”, mientras que a Castells “sólo le concierne el significado social de espacio y tiempo” (Castells, 1999: 409)

La categorización de Braudel, sin embargo no deja de ser un tanto limitada, en la medida en que su clasificación se refiere al tiempo como un “lapso” en el que suceden los acontecimientos sociales con los que se escribe la historia, de tal modo que la “historia es el relato del cambio social” (Wallerstein, 1998: 152). Este tiempo al que se refiere puede ser corto (historia de los acontecimientos), mediano (coyuntural, “cíclica”) y de largo plazo (estructural), a lo que luego le suma el tiempo muy largo que es “el tiempo de los sabios”. Wallerstein suma a la categorización de Braudel la noción de espacio, dado que en la del mismo autor no aparece, dando con ello el título de TiempoEspacio a ese mismo “momento-lugar” en el que ocurren los sucesos, incluyendo en el mismo concepto, la igual importancia a estos dos aspectos.

A este TiempoEsapcio de los historiadores y los científicos sociales, Wallerstein propone agregar el TiempoEsapcio que él nombra transformacional y que se refiere de los teólogos: el kairos que se contrapone al tiempo cronológico, y que se refiere más a la “calidad” del tiempo en donde cabe la elección humana, el libre albedrío.

Por la otra parte está la distinción de Castells, ya que él, a diferencia del anterior autor, considera que el tiempo y el espacio son categorías independientes, aunque siempre van de la mano y se relacionan de tal forma que el “espacio organiza al tiempo en la sociedad red” (Castells, 1999: 410). Para este autor, a diferencia de muchos otros, el mundo y la vida que hay dentro de él, no se organiza según el “lugar” (incluso hace una diferencia muy clara entre lugar y espacio, argumentando que la primera “es una localidad cuya forma, función y significado se contienen dentro de las fronteras de la contigüidad física” (Ibíd.., 457), pero que estos no necesariamente son socialmente interactivos) en el que estamos, o el “tiempo” en el que vivimos, sino en los flujos que en este gran espacio existen en constante interacción. Es decir, para él, el espacio es aquel “lugar” socialmente significado, y en esta sociedad red, ese espacio es en donde se genera conocimiento y los flujos de información, de tal forma que sólo hay algunos espacios centrales o nodales desde donde van y a donde llegan los flujos de la sociedad, generando un espacio que puede entenderse como un “proceso” de intercambio que afecta tanto la vida comercial, política, como cotidiana de las personas.

El tiempo, por su parte, es también un proceso de variable valor y “tiempo” (lineal, cronológico), que da sentido y al cual se le da sentido en la misma dinámica de flujo de la sociedad red, de tal forma que hay una importante diversificación del tiempo, por ejemplo, laboral según la empresa, la red, el puesto de trabajo, etc., lo mismo sucede con el tiempo de “vida” que depende de las actividades o roles que se jueguen en el mundo-sociedad red, rompiendo así con la ritmicidad “tanto biológica como social, asociada a la noción de un ciclo vital” (Ibíd., 480), retando incluso, al tiempo que la misma muerte había delimitado.

Es así que sin poder definir bien a bien estas dos nociones, está claro que son elementos vitales en la vida moderna y en la misma historia de la sociedad, ¿cómo afecta a nuestras vidas? ¿cómo los afectamos nosotros a ellos?


Castells, Manuel (1999), La era de la información. Economía, sociedad y cultura, vol. I, S. XXI

Wallerstein, I. (1998), “el invento de las realidades del tiempoespaco: hacia una comprensión de nuestros sistemas históricos” en Impensar las ciencias sociales, México, s. XXI

Tuesday, November 07, 2006

Tarea 8. La racionalidad ambiental.
La teoría social y cultural ha sido el medio del hombre científico por el cual conoce, explica y se apropia de su mundo social. Es a través del uso exhaustivo de la razón, la práctica y la experimentación que este hombre científico ha alcanzado modos para hacerlo. Sin embargo, desde los comienzos de las teorías, éstas se han enfocado a un área particular del conocimiento: la biología, la sociología, la ecología, la economía que le han dado cabida y respuesta a las cuestiones del momento que le atañen a cada saber.
Tenemos ahora una nueva propuesta que busca romper con estas barreras que el mismo conocimiento se ha impuesto y que busca abarcar lo que al conocimiento y al propio ser más le atañe: el mismo Ser, desde una propuesta integradora que a su vez reconoce la diversidad como el medio para entender y apropiarnos de nuestro mundo común.
El saber ambiental surge así del cuestionamiento del discurso social y económico dominante en la medida en que cuestiona y plantea que el ambiente y su dinámica de funcionamiento entrecruza las fronteras sociales, raciales, económicas, etc. Es decir, plantea que lo que acaece en el mundo ambiental es parte de todos y recae sobre todos. De esta manera pone en la mesa la necesidad de elaborar nuevos paradigmas del conocimiento y nuevos saberes para construir con ellos otra realidad social que traspase, así mismo, las fronteras del conocimiento científico que, como dije anteriormente, se han impuesto de manera casi natural.
De esta misma lógica resulta el conocimiento de la crisis ambiental, del pensamiento con base en el cual hemos construido y destruido el mundo globalizado y nuestros mundos de vida. En este sentido, la racionalidad ambiental cuestiona la vida y crisis ambientales, y más importante la forma entera de entender y vivir el mundo y sus dinámicas y busca volver, entonces, al ser en sí “para restablecer el vínculo entre el ser, el saber y el pensar” para situarse en el “ambientalismo como política del conocimiento y de la diferencia, en el campo del poder en el saber ambiental, en un proyecto de reconstrucción social desde le reconocimiento de la diversidad y el encuentro con la otredad” (Leff, 2005: 243). Es decir, su construcción implica al mismo tiempo “la desconstrucción de la racionalidad dominante, que a su vez implica la descolonización y la emancipación de los saberes locales” (Ibíd.: 277).
Y es a partir de la diversidad y el encuentro con el otro que se reconoce la complejidad ambiental, el cual implica el entrelazamiento de lo físico, biológico y cultural, y a partir de la cual se genera una nueva política de la diferencia de nuevos actores por la apropiación de la naturaleza, de su medio. Esta nueva política considera “los procesos de significación, valorización y apropiación de la naturaleza que no se resuelven ni por la vía de la valorización económica de la naturaleza, ni por la asignación de normas ecológicas a la economía” (Ibíd.: 256).
De este modo me parece que de la propuesta de Leff es bien importante rescatar el valor ontológico que pone a considerar. Es decir, este ser humano que actúa y construye y que a través de su acción y construcción social, y a su vez teórica, ha perdido lo esencial de sí: el ser que conoce, que piensa, que sabe, y por lo tanto, el ser que es capaz de actuar y transformar su propio medio, antes de que su medio lo abarque todo y lo deje sin esa racionalidad. Leff dice que “la racionalidad ambiental es el orden donde el saber encuentra su arraigo en el ser” (ibíd.: 251). De este modo, la racionalidad ambiental no es más que volver a eso a esa capacidad conocedora y creadora de un mundo desde nuestro propio mundo, desde, dice él, el reconocimiento de la diferencia, en un proceso en el que se va configurando una identidad en la que va encarnando y arraigando, desplegándose en prácticas y haciéndose lo que Bourdieu conoce como hábitus: las estructuras estructurantes de nuestro pensamiento y nuestra acción.
Leff lanza una pregunta que creo que es bien importante de retomar: “si el saber ambiental reestablece el saber en el ser ¿cuál es el espacio de la relación entre el ser y el ambiente?” (Ibíd.: 282). Y me parece que es importante dado que el espacio entre el ser y el ambiente, ha sido de no reconocimiento del “otro” y por lo tanto siempre ha sido un espacio de dominación desde el cual se ha construido la racionalidad dominante que la propia racionalidad ambiental busca transformar. Una vez que se transforme esta racionalidad probablemente no quedaría ya espacio entre el ser y el ambiente, sino que se constituirían en un mismo espacio social.