Monday, August 20, 2007

ENSAYO
De viajes y lugares: la construcción del espacio a través de la crónica y la narrativa.
Sofía López Fuertes

Introducción.

El presente ensayo desarrolla de manera superficial la conjunción de dos elementos generales a considerar: las narraciones y la creación de imaginarios.

Lo anterior surge a través de la relación que existe entre la creación de un imaginario relativo al “mundo salvaje”, y las crónicas y narraciones que apoyaron esta idea durante los siglos XVII – XIX.

Esto se relaciona íntimamente con mi tema de investigación en el que asevero una fuerte relación causal entre el conjunto de obras literarias que estudiaré, y la creación de un imaginario en torno al mundo indígena y rural de Chiapas, aunque el objeto de atención sea distinto.

En este caso, por lo tanto, me concentraré en la creación de imaginarios relativos al “espacio” y a lo que en torno a él sucede, y las crónicas específicas de los primeros viajeros de América. Para lo anterior, revisaré la propuesta de William M. Denevan (1992) sobre el “mito primitivo” de América de 1942 y su construcción a través de las crónicas del siglo XVII, y lo contrapondré con algunas crónicas de viaje que se realizaron a Palenque (Poblett, 1999) en esos siglos que en algunos momentos reafirman la postura del autor.

Las transformaciones del espacio: Palenque en construcción.

El espacio en sí, el lugar ocupado por quienes fueron “descubiertos” en el siglo xvii, la “América salvaje”, es objeto de disputa entre la realidad y la creación: ¿Cómo era ese místico lugar antes de la llegada de los europeos a América? Muchos han sido los que se lo han cuestionado, y muchas han sido las respuestas a ello, predominando en ellas, las que afirman que la verdadera transformación del territorio fue causada por los mismos europeos, creando y alimentando con ello el “mito primitivo” del que habla Denevan. Sin embargo, el mismo autor trata de dar cuenta de que el aprovechamiento o uso que el hombre ha ejercido sobre el medio natural es una práctica que tiene más tiempo del que normalmente se piensa. De este modo, rompiendo con el mito de la América virgen y salvaje que se comparaba con el bíblico Paraíso Terrenal, se hace evidente que la mano del hombre ha estado presente en la transformación permanente del ambiente natural: caminos, ciudades, erosión, quemas, asentamientos, etc., son sólo algunas de las características comunes que se encontraban en las grandes ciudades y sus territorios que encontraron los europeos al llegar a América. Con más de 800 millones de habitantes (Denevan, 1992), se podría decir que las poblaciones funcionaban con la infraestructura y elementos que ahora son característicos de la vida moderna (caminos, instalaciones, etc.).

Es así que las modificaciones que ha sufrido el medio ambiente y su constante “reconstrucción” no son terribles consecuencias de un sistema que se ha “impuesto” desde el descubrimiento de América, sino el resultado de miles de años de paulatina transformación.

Así pues, ¿de donde viene esa romántica imagen, no sólo del “indio salvaje”, sino de la América “salvaje” “paradisíaca”? Resulta entonces que es una mera construcción imaginaria de aquellos que después de la destrucción, siglos después, comenzaron a explorar y entonces “encontrar” aquel paisaje en el que reconstruyeron una larga historia que tenía ya siglos de transformación, siendo así que “el paisaje de 1750 —cuando las exploraciones tuvieron mayor auge— era más “primitivo” (menos humanizado) que el de 1942” (Denevan, 1992: 2).

De allí surge la importancia del viaje y el desplazamiento, en su encuentro con un “otro”, con la alteridad, como la base empírica para la construcción y el surgimiento de la antropología, teniendo como medio, en este caso, las narraciones de los viajeros. Tal es el caso que se presenta en Narraciones chiapanecas, en donde, comprobando la aseveración de Esteban Krotz, quien afirma que los viajes del siglo xviii “no solamente destacan en la historia de la exploración europea, sino que tuvieron, además un significado especial para alimentar la imaginación, la fantasía y, finalmente también, los conocimientos de sus contemporáneos” (Krotz, 1988: 22), se hace patente el surgimiento de la fascinación, o el “asombro” del que el mismo autor habla, que generó en los arqueólogos y viajeros el descubrimiento de Palenque, un sitio que daba mucho para hablar, y que provocó también la imaginación y fantasía que giraron en torno al lugar por mucho tiempo.

La travesía constante al sitio se realizó desde el siglo xvii al xix, cuando concluyeron las exploraciones oficiales del sitio que venían realizándose desde finales del siglo anterior y “se inaugura una etapa de viajeros aficionados a la arqueología, románticos y algunas veces fantasiosos” (Poblett, 1999: 13).

Estos aficionados dejaron las huellas de sus viajes plasmadas en las narraciones que no sólo cumplieron con la finalidad de comunicar e informar a sus contemporáneos, sino de sembrar en sus lectores la semilla de la curiosidad que provocaba en ellos la misma fantasía, el mismo viaje al mismo lugar, siendo así que resulte que “en todo caso, el viaje y la narrativa son gemelos porque ambos suponen un desplazamiento, es decir, un abandono de la plaza, o sea, un adiós al lugar común, para adentrarnos en los territorios del riesgo, la aventura, el descubrimiento.” (Fuentes, 1989: 11)

Las descripciones que de Palenque hicieron los viajeros, contribuyeron a la creación de una imagen que se generaliza en las concepciones de las poblaciones prehispánicas. A continuación presento algunos extractos de estas narraciones que permitieron a los lectores fantasear con este “místico” lugar:

El Palenque, pueblo situado a unas ocho jornadas desiguales de este, por unos caminos, si se pueden llamar así unas veredas estrechas, escabrosas, culebreando por montes y precipicios, a veces en mula, a pie, en silla de brazos y en hamaca; y verse obligado en ciertos parajes a pasar sobre unos puentes o, por mejor decir, sobre unas ramas de árboles mal puestas, o mal niveladas, y por unas tierras aunque frondosas, desiertas y despobladas; y tener que dormir a todo viento, exceptuando unos pocos pueblos y ranchos. (Dupaix en Poblett, 1999: 48)

Mide dos leguas largas de extensión. Parece que edificaron esta ciudad a las faldas altas de la entrada de una serranía ardua, para que en los acaecimientos improvistos encontrar una segura retreta; a más de lo útil, supieron aprovechar de lo vistoso que franquea o proporciona esta eminencia, hermoseada por la frondosidad de unos vegetales corpulentos. El agua, este elemento universalmente útil y motor principal de la propagación de los seres, circula aquí con un murmullo agradable, al oído y a la vista, un líquido homogéneo y cristalino, entre unas estrechas cañadas, adornadas de flores montesas, sencillas y olorosas; semejantes sitios favorecidos por la naturaleza, no pueden ser privados de vivientes, y así se verifica por el gran número de animales, cuadrúpedos y volátiles, mayores y menores, que se complacen en reproducir su especie, es estas pacíficas soledades.” (Ibíd., 49)

Una de las descripciones más recurrentes cita así: “A la belleza natural de su agradable situación se añade la fertilidad del suelo bajo, de un clima benigno que les ofrecería, sin duda, en abundancia, casi todos los artículos precisos para satisfacer las necesidades de una vida cómoda y tranquila; puesto que las frutas silvestres que se encuentran en bastante copia (...) manifiestan en el día cuánta sería su delicadeza y multiplicación a beneficio de cultivo” y concluye: “fuera de que los ríos abundan de mojarras, bobos y aún tortugas; como los arroyos de cangrejos y caracol, cuyas circunstancias y la trabajosa fábrica de sus casas construidas con enormes piedras, sin el uso del hierro ni otros metales que les fueron desconocidos, persuaden, suficientemente, que habían disfrutado de una vida quieta, una felicidad más sólida que la que nos presenta en el día, el lujo reconcentrado en las más cultas y grandes poblaciones” (Del Río en Poblett, 1999: 34)

Estas descripciones generaron en otros viajeros la expectativa del lugar, del descubrimiento: “Otros extranjeros habían estado allí, maravillados como nosotros. (...) Sus relatos sobre ellas me habían provocado un gran deseo de visitarlas mucho antes de que se presentara la oportunidad de hacerlo” (Stephens en Poblett, 1999: 114-115)

Sin embargo, tanto las narraciones descritas arriba, como el resto de ellas que aparecen en las crónicas de viaje a Palenque, no dejan de dar la impresión de cierta estaticidad histórica en el lugar, pareciendo que la vegetación y la asombrosa naturaleza que a sus ojos se presentan estuvieron siempre allí. Esto nos hace volver a la propuesta de Denevan dando pie con ello a la reflexión en torno a las transformaciones territoriales que en su momento se dieron, como consecuencia del aprovechamiento y manejo que de los recursos existentes en ese momento debían hacerse. Con referencia a lo anterior, además de las descripciones de los grandes palacios y edificios que se descubrieron en Palenque, hay pocas referencias del manejo intencionado de algunos recursos, relacionándolo, incluso, con la influencia de otras culturas europeas y descartando con ello el sentido o la intención propia o explícita de los habitantes de la gran ciudad:

Por la elección de establecerse en iguales sitios, y por un acueducto de piedra subterráneo de mucha solidez y permanencia que atraviesa por debajo de la casa grande, se pudiera inferir que estas gentes tuvieron alguna analogía y trato con los romanos (...) porque se deja conjeturar con fundamentos, que algunos de otra nación culta se asomaron por estos países. (Del Río en Poblett, 1999: 34)

Estas aseveraciones nos remiten a la propuesta que por su parte expone David Cleary (2001) con respecto al “paisaje” del Amazonas, lugar que resulta altamente exótico por su diversidad natural, y que actualmente resulta también del manejo que por siglos se ha hecho de sus recursos, siendo así, que la gran diversidad, y el exótico paisaje que hoy presenta es resultado de cientos y cientos de años y de miles de manos que por su territorio han cruzado, es decir, actualmente, el Amazonas más que ser un lugar “salvajemente natural” es un paisaje “humanamente construido”. Cabría entonces preguntarnos si aquel mundo salvaje y atractivo que describen los viajeros de Palenque no es también el resultado de estas intervenciones humanas que tuvieron lugar mucho antes de la llegada de quienes posteriormente lo descubrieron y con asombro describieron.

Este último aspecto me conduce a la formulación del cuestionamiento sobre la descripción y la narración, en este caso objetivada por las crónicas, como medio de construcción de un imaginario relativo a un espacio, una situación, una realidad por otro representada, lo que me introduce en la revisión de elementos que se relacionan de manera muy directa con mi objeto de análisis propuesto para la investigación a realizar, en donde confluyen también estos dos elementos: la narración y la creación de imaginarios, a partir de la representación.

La construcción en mi objeto de estudio

Esta forma de construir un lugar, una realidad, una imagen, se relaciona íntimamente con mi objeto de estudio de investigación, en donde planteo que la narrativa —en mi caso particular la del Ciclo de Chiapas—, del mismo modo que la crónica arriba planteada, ayuda a la creación, a la construcción de una imagen que se ha ido adentrando en el imaginario social con respecto a una realidad dada: la del mundo indígena y rural de Chiapas.

Es decir, la crónica en tanto narrativa resulta ser un medio para la expresión de un determinado modo de entender, comprender y significar el mundo. La descripción se convierte en construcción de una representación.

Las obras narrativas con las que trabajaré a lo largo de la investigación ayudan a la construcción de imágenes, espacios, categorías y personajes que se valen de una detallada descripción. Por sólo mencionar un ejemplo a continuación transcribo un párrafo de Oficio de tinieblas de la escritora Rosario Castellanos que continúa con la construcción imaginaria de un espacio:

La mirada de San Juan Fiador se detuvo en el valle que nombran de Chamula. Se complació en la suavidad de las colinas que vienen desde lejos (y vienen como jadeando en sus resquebrajaduras), a desembocar aquí. Se complació en la vecindad del cielo, en la niebla madrugadora. Y fue entonces cuando en el ánimo de San Juan se movió el deseo de ser reverenciado en este sitio. Y para que no hubiera de faltar con qué construir su iglesia y para que su iglesia fuera blanca, San Juan transformó en piedras a todas las ovejas blancas de los rebaños que pacían en aquel paraje. (Castellanos, 1962: 9)

Más adelante describe: El lugar que las deidades de los antepasados escogieron para manifestarse está después de una distancia larga. Pero no importa. Camina tú delante, venteador. En la vereda angosta te seguiremos. Detente aquí, a respirar, porque la cuesta es áspera y no termina pronto. Defiéndete del aguacero al cobijo de aquellos árboles copudos, en aquella enramada bajo la que se guarecen las ovejas. ¡Cuidado! No vayas a resbalar en el lodo ni a tropezar con la piedra. (...) Si antes conociste la gruta en que aparecieron los dioses ahora ya no acertarías a reconocerla. Mira: donde no había más que monte y maleza hay caminos, caminos frecuentemente andados. Y el interior, una vez oscuro y húmedo, ahora está limpio, regado y oloroso de juncia. (Castellanos, 1962: 209-210)

Las descripciones de los lugares que se presentan tanto en estas obras, como en las crónicas antes mencionadas, son resultado de las representaciones[1] que quienes las observan se crean de estos lugares, esto no sin reconocer la parte de veracidad que hay en ellas, pero reconociendo también que son las formas de percibir tanto el “mágico” mundo de Palenque y la “América primitiva”, como el también “mágico” mundo indígena de Chiapas.

Conclusión.

Los siglos xviii y xix con sus peculiares características sociales y políticas, fueron espacio de creación de una amplísima gama de literatura relacionada con el viaje, y con aquellos “imaginarios” que comenzaban a crearse del “otro”: “en librerías, bibliotecas y hogares crecía la presencia de una amplia gama de creaciones literarias que mezclaban realidad y ficción” (Krotz, 1988: 34), dejando así, una amplio acervo de literatura que cumplió, en cierta medida, la misma función de la antropología: la de conocer y explicar al “otro”. Esta tradición no ha terminado, y de la crónica descriptiva, hemos transitado a la narrativa literaria para construir esos espacios y ese “otro”.

Concluyo con una nota final de Carlos Fuentes que encierra bien las preocupaciones que quedan al aire, y que en cierta medida retoman tanto la disciplina antropológica como la literaria:

El viaje y la literatura —y yo añadiría la antropología— son, sin duda, todo esto, pero al cabo son sólo una voz que nos dice: El mundo es tuyo, pero el mundo es ajeno. ¿Cómo lo explotarás, cómo lo harás tuyo? ¿Cómo viajarás por el mundo sin perder tu propia alma, sino, más bien, encontrándote a ti mismo al encuentro con el mundo, dándote cuenta de que careces de identidad sin el mundo pero que, acaso, el mundo carezca de identidad sin ti? (Fuentes, 1989: 11)

Bibliografía

Castellanos, Rosario (1962) Oficio de tinieblas, Ed. Planeta, México

Cleary, D. (2001) Towards an environmental history of the Amazon. LARR Vol. 36, No.2: 65-96.

Denevan,W. (1992) The pristine myth: The landscape of the Americas in 1492. Annals of the Association of American Geographers, Vol. 82: 369

Fuentes, Carlos (1989) “Prólogo” a Fernando Benítez, Los indios de México. Antología, Era, México.

Krotz, Esteban, (1988), “Viajeros y antropólogos: aspectos históricos y epistemológicos de la producción de conocimientos”

Poblett, Martha (1999), Narraciones chiapanecas. Viajeros extranjeros en Palenque. Siglos XVIII – XIX, Libros de Chiapas, México

[1] En mi protocolo de investigación defino representación como “el estudio no de los objetos en el mundo sino de las observaciones de los objetos”, es decir a la forma en la que un mundo o el “Otro” son imaginados, creados o significados por quien lo observa, describe y representa —valga la repetición—. (Marco teórico)

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